sábado, 20 de noviembre de 2010

Conversión


Mi vida andaba dando tumbos,
demasiada preocupada
por los intereses de este mundo,
el dolor ajeno solo era eso, dolor ajeno,
cuando el propio llamaba a mi puerta,
confiaba en mis propias fuerzas,
para alejarno de mí,
pero el dolor, siempre persistente,
volvía a llamar a mi puerta,
con más fuerza, dando voces,
mordiendo mis artículaciones,
y entonces, sólo entonces,
le abrí de par en par las puertas
de mi cuerpo, el dolor hizo en mi su morada,
en cada uno de mis huesos su hogar,
se hizo compañero de camino,
amigo de todos los días
y entre en una profunda oscuridad.
Mi vida, con dolor, no tenía sentido,
¿cómo iba a tener sentido mi vida
si el único lema que tenía
era disfruta, goza, ríe?
Entonces me encontre contigo,
levante los ojos a ti,
y te vi, morada del dolor y la muerte,
sin más disfrute que tu mirada,
siempre alzada al Padre,
ofreciendo el dolor propio
por mi propio dolor, por mi lejanía,
y mirándote me di cuenta
de lo ciego que había vivido,
de la sinrazón de mi existir
y mirándote orando al Padre:
sólo pude decir contigo:
Aquí estoy, Padre,
convierte mi cuerpo en páginas
donde el sufrir sea la letra
y mi dolor las reglones
para aproximarme a ti,
Padre de las Penas,
aléjame de mi.