miércoles, 24 de marzo de 2010

LA ÚLTIMA SEMANA. HABLA EL CORAZÓN DE LA MADRE. MIERCOLES SANTO



Mi hijo está muy sólo. Los discípulos se encuentran divididos, estoy segura, que le han dejado sólo. Ha llegado la hora de repartirse el Reio, piensan, y en su corazón sólo habita la ambición, el anhelo de ser el mayor en el Reino. ¡Sí hubieran visto como entró en el mundo, la noche de Belén! No han entendido nada. Estos tres años junto a Jesús no han servido para nada. Sus corazones son demasiado humanos, todavía. Son incapaces de comprender que Jesús no ambiciona riquezas, que su Reino no es de este mundo, que es Espiritual. Un Reino donde lo importante no es tener mucho, sino amar mucho.
Miro a los ojos de los Apóstoles y los veo asustados. Tienen miedo, mucho miedo. Temen perder su vida. Conocen las noticias que corren por Jerusalén. ¡Hasta mí han llegado esas noticias, a pesar de la distancia! Temen que los Sumos sacerdotes ordenen, no sólo la detención de Jesús, sino que también ordenen sus detención y su condenan a muerte. ¡Son incapaces de beber el cáliz que mi hijo ya está bebiendo!
De todos, ahora mismo, el que más miedo me da es Judas. Judas me rehuye la mirada. Baja los ojos cuando lo miro. Los dirige a otra parte, es incapaz de quedarse a solas conmigo. Pero él encuentra cualquier pretexto para no quedarse a solas conmigo.
Judas ha sido un hombre ambicioso. Lo sé. Un hombre que ha seguido estos años a mi Hijo sólo con el anhelo de ocupar un puesto en su Reino. Creía que estar entre los elegidos de mi hijo aseguraba su presente y sobre todo su futuro. Ama demasiado el dinero.
Nunca he comprendido como Jesús ha podido aceptarle entre sus íntimos. Nunca me atreví a prenguntarselo, desde Cana, cuando me dijo: "¿Y qué nos va a a ti y a mi?", no he vuelto a preguntarle nada sobre su misión. Pero, conociendo a Jesús, estoy seguro que creía que iba a lograr que Judas abriera su corazón a su palabra. Pero, Judas no lo ha hecho, Judas esta hecho de la misma madera de Adán, Judas quería convertirse en Dios, cuestionar a Dios, y eso me da miedo.
Todos sabemos que la vida de mi Hijo tiene un precio. Y los doce se han alejado de Jesús. Judas, también, estoy segura que ya no es uno de ellos. ¿Por qué no puede ser el que le entregue? Me da miedo este pensamiento.
Judas, Judas, Judas, su nombre me sabe a hiel. Judas, ¿Por qué no me has abierto tu corazón? ¿Por qué no has querido hablar conmigo? Si al menos lo hubira hecho. Pero su corazón ha criado callos. No quiere hablar conmigo.
Le he visto alejarse de la casa de Lázaro. Ha bajado a Jerusalén. Mañana comienza la Pascua. Y hay muchas cosas que preparar. Comprar el cordero, comprar otros alimentos, alquilar una habitación para comer la Pascua y él es el encargo del dinero.
Cuando ha vuelto lo he visto más raro que nunca. Traía la mirada caída. Rehuía a todos. Un gesto me ha llamado la atención, me ha llenado de miedo. Asiaba la bolsa de los caudales con fuerza, con miedo a que alguien se la pudiera quitar.
Mirando a sus ojos, también he presentido la muerte, algo le quema por dentro, y lo único que alivia su ardor es el frío del dinero.
VICTOR HERNÁNDEZ MAYORAL
25 de marzo de 2.010
Día de la Anunciación

martes, 23 de marzo de 2010

LA ÚLTIMA SEMANA. HABLA EL CORAZÓN DE LA MADRE. NOCHE DE MARTES SANTO EN BETANIA



Hoy, por fin, he podido estar cerca de mi Hijo. Has sido después de la cena. En Betania, hacía calor. Y he salido a tomar un poco el fresco en el Jardín de Lázaro. La luna presidía el cielo. La luna llena, la primera de la primavera cuidaba desde el cielo la tierra en tinieblas. Jesús se ha acercado a mí, sigilosamente. ¡Siempre le ha gustado apróximarse a mí así!. En Nazareth, en las noches de verano, así lo hacía, al regreso de la Carpinteria. Yo le esperaba sentada en la calle. Y él se sentaba a mi lado.
Esta noche tmabién se ha sentado a mí lado. Me ha mirado. Le mirado. Y los dos en silencio durante un largo rato hemos mantenido la mirada. Nuestros ojos hablaban. Pero sus ojos reflejan la vejez que se ha apoderado de su alma. Sus ojos transmiten tristeza, una gran amargura. Transmiten dolor, un gran pesar.
"¿Qué tal el día, madre?" Me ha preguntado como si no pasará nada, como si hubieramos vuelto a una noche de verano y él volviera del serrín, de la biruta, de la madera. Y yo hubiera acabado de fregar los últimos cacharros y él viniera cargado con el cántaro del agua de la fuente de Nazaret. ¿Qué tal el día madre?
He intentado hablarle de lo que apena su corazón, pero Él no ha querido. Guardaba silencio. Entonces he comprendido que su corazón vive sumido en el dolor, oprimido por la angustia y la pena. Lo conozco mejor que nadie y sé que Jesús esta pasando muy mal estas horas. ¿Pero por qué no me deja compartir su dolor? ¿Por qué intenta mantenerme alejada de el en esta hora?
Y de nuevo el silencio. Un silencio cortante, hiriente. Un silencio que en la oscuridad de la noche parece más doloroso, más profundo. Los dos hemos vivido alejados fisícamente uno del otro durante estos tres últimos años. Pero los dos, a pesar de lo que muchos pudieran pensar, hemos vivido muy juntos. Él ha vendio al mundo a cumplir una misión encargada por su Padre, y yo sólo he sido la puerta por la que Él ha entrado en el mundo. Lo entendí desde el principio, Dios necesitaba un vientre para hacerse hombre, para compartir la vida de los hombres, y ese vientre era el mío. Por eso aquel mediodía de Nazaret me presente como la esclava del Señor. Si Dios me ha dado la vida y me pedía que le ofreciera mi vida ¿qué más podía hacer que ser su sierva, ser su esclava? Los esclavos nuncan preguntan a sus señores, ellos se limitan a cumplir sus órdenes, aunque no las comprendan. Entonces ¿Cómo puede una esclava preguntar a su Señor por qué?
Pero soy mujer, y soy Madre. Soy Madre y me preocupa mi hijo. Esta noche en Betania no estaba Dios y el hombe, estabamos una madre y su hijo, estabamos María y Jesús. Y por eso me he osado preguntale: ¿Ha llegado la Hora? Y Él, sin decir nada, sin pronunciar una sóla palabra, con un leve movimiento de cabeza ha asentido. Luego se ha alejado de mí. Mientras se alejaba entendí que aquel rato sólo iba a ser el último que compartieramos en soledad. Mi hijo se alejaba, se adentraba en la noche. Entonces he alzado los ojos al cielo y le he pedido al Padre, no por mí, si no por Él, Él, ahora, necesita mi oración, que yo hable al Padre por Él. Y le he pedido que no le abandone, sé que mi misión ha concluído, que esta en sus manos. Y por eso le he pedido que le mantega en pie, que este junto a Él en esta hora anunciada por los Profetas.
Cuando las sombras me han impedido ver su silueta, he comprendido que dentro de muy poco, le veré y no le reconoceré. Su rostro estará atravesado por el dolor, se podrán contar sus huesos, y eso me duele, pero sé, también, que esa es su Hora y para eso ha venido al mundo. Padre no le abandones, Tú que todo lo ves, Tú que todo lo puede permanece junto a mi Hijo, confórtale, dale ánimo, cogele en tus brazos como yo le mecí en la noche de Belén.

lunes, 22 de marzo de 2010

LA ÚLTIMA SEMANA. HABLA EL CORAZÓN DE LA MADRE.LUNES SANTO




(Imagen de Nuestra Señora del Rosario del Polígono de San Pablo, realizada por el autor de este blog en la Tarde del Lunes Santo del 2.009 en las calles de Sevilla)
Hoy mi Hijo ha vuelto a Jerusalén. Pero no ha querido que yo fuera con él. Aún no había amanecido cuando ha salido de la casa de Lázaro. ¿Por qué no ha querido que fuera con él? ¿Por qué quiere mantenerme en la lejanía? Cada hora que pasa, siento su partida más cercana. Marta y María también se han dado cuenta de ello. Hemos hablado esta mañana y me han dicho que Jesús ha cambiado. Intenta mostrarse alegre, como siempre, pero sus mirada refleja una gran tristeza. Han perdido el brillo que siempre tuvieron, han perdido la vida.
Siento el peso de la soledad. Si José estuviera a mi lado ... El volvería a ser en esta hora mi cayado, mi fuerza. Pero José ya no está conmigo. En Belén, la noche de su Nacimiento, José me sostenía. En Nazareth me ayudaba a entender algunos gestos de mi hijo. Y en Jerusalén, si no hubiera sido por él ... Las fuerzas me hubieran faltado para buscarle durante tres dáis como lo busque. José siempre ha estado a mi lado. Pero ahora ...
Hoy no he visto a mi hijo. Al volver de Jerusalén, se ha retirado a un jardín, llamado Getsemaní, en el Huerto de los Olivos. Se ha retirado a orar. La oración forma parte de su vida. Sin la oración, estoy segura mi hijo no podría vivir, no sería el mismo. Mi hijo está en lucha, en lucha contra sí mismo, cara con su divinidad contra su humanidad. Por eso ora. La oración, siempre ha sido el lugar donde él se encontraba con el Padre y adoptaba las decisiones fundamentales de su vida. Y ahora, estoy segura, es uno de esos momentos. Cada vez que tiene que da un paso fudnamental en su vida, se encierra en su corazón y desde allí, junto a s Padre adopta la decisión que el Padre espera de Él. Su oración, en esos momentos, es muy larga. Recuerdo, esta noche, las noches de Nazaret, poco antes de irse de casa. Jesús pasaba las noches orando a las afueras del pueblo, en alguna ocasión paso la noche entera hablando con su Padre. Era su forma de despedirse de mí, de irse del hogar y ocuparse de las cosas de su Padre. Hoy, sin que sus doce amigos, se den cuentan, se está despidiendo de ellos, se está despidiendo del mundo y está volviendo, demasiado pronto, para mí, a la Casa del Padre.
Después de la cena, viendo Juan que Jesús no había llegado. Me ha buscado con la mirada. su mirada lo decía todo. Había llegado el momento de hablar conmigo. Hemos salido de la casa al jardín de Lázaro.
Allí, Juan me lo ha confirmado todo. Yo ya sabía lo que me quería decir. Las madres tenemos ese sexto sentido y sabemos sin que nadie nos lo diga que algo pasa a nuestros hijos. Me ha contado que esta mañana se ha enfadado con una higuera que no tenía higos. Y con una palabra la ha secado. Juan no entiende que le está pasando a Jesús. ¡Pobre! ¡Tan cerca como estaba de mi hijo y tanto tiempo y no comprende nada! Me ha pedido que hable con él. ¿Pero qué le voy a decir yo a Jesús, quien soy yo para decirle ahora nada, para apartarle de esta hora, su Hora, ahora que está más cerca que nunca del regazo del Padre? Quieren apartarle de Jerusalén, están intentando que vuelva a Galilea antes de la Pascua. Pero no lo van a conseguir. Jesús conoce a los profetas, igual que anunciaron su nacimiento en Belén, hablan de esta hora. Sus palabras estan a punto de hacerse realidad. Para esto ha venido. ¿Quien puede apartarle de su hora, de hacer realidad los sueños de su Padre?
VÍCTOR HERNÁNDEZ MAYORAL
22 de marzo de 2.010
Lunes de Pasión

domingo, 21 de marzo de 2010

LA ÚLTIMA SEMANA. HABLA EL CORAZÓN DE LA MADRE. DOMINGO DE RAMOS




(Imagen de Nuestra Señora del Socorro, realizada por el autor de este blog en la mañana del Miercoles Santo en la Iglesia del Salvador de Sevilla).
Hoy la muerte parece lejana, parece haber perdido su batalla. Hoy aún conservo la esperanza de que la Hora de mi hijo no este tan cercana. Ha sido un día largo, muy largo. Un día que ha comenzado muy pronto. Temía la hora en la que mi Hijo decidiera acercarse a Jerusalén. Y esta mañana, muy temprano, ha anunciado a todos que hoy quería ir a la ciudad. El rostro de todos la misma inquietud. Él era el único que mantenía la calma. No me ha mirado en las horas previas al viaje a Jerusalén. ¿Temía algún reproche? Lo dudo, nunca le he reprochado nada. Aunque es mi hijo sé quien es y cúal es su misión. ¿Cómo puedo retenerte a mi lado si has venido al mundo para ocuparse de las cosas de su Padre, como me dijo un lejano día en Jerusalén?
Jesús mandó a Juan y a Pedro adelantarse con algún encargo. Me extraño que no fuera Judas, era el hombre que llevaba el dinero de mi Hijo. Al poco volvieron con un asno, Jesús se montó en él. Y su imagen me recordo ese otro viaje al principio de todo, cuando bajamos José y yo desde Nazaret a Belén. ¿Por qué vienen a mi cabeza ahora todos aquellos recuerdos? Viéndole en el burro me he acordado de José, ¿por qué no está conmigo? Muchos mañanas, como esta, él y Jesús recorrían las pueblos cercanos a Nazaret sobre un borriquillo. Cuando estaba en el borriquillo me ha mirado y ha sonreído. Yo, también, he sonreido. Viendome sonreir y sonriendo él parecía decirme: "Madre en esta hora te quiero ver así, a mi lado, dándome ánimo".
Muchos vecinos de Nazaret y muchos galileos al ver a mi Hijo sobre aquel borriquillo empezaron a hechar al camino sus mantos, alfombraban el camino, cantaban himnos de victoria, ¡creían que había llegado la hora de derrotar a los romanos y expulsarlos de Israel!. Batían palmas y ramos que cortaban por el camino. Jesús, en todo momento, se ha mostrado feliz, muy feliz, los discípulos soñaban con lo mismo, pensaban que hoy se iba a instaurar en Israel el Reino anunciado. Pero la sonrisa de Jesús estaba lleno de melancolía y ninguno de ellos se daba cuenta de su rostro. Mi hijo es como un niño, le encanta la fiesta. Viéndole sobre ese borriquillo me recordaba aquellas otras fiestas en las que él participaba, siempre era el primero en bailar, en cantar. Muchas veces cuando le preguntaba el motivo de una felicidad tan profunda él me decía: ¿Madre cómo puede estar uno triste cuando sabe que el rostro de Dios es el Amor?
Pero la muerte esta vigilante, acecha desde los muros de Jerusalén. En una vuelta del camino comenzose a ver la ciudad. Jesús mando parar al borriquillo. Miraba la ciudad con pena, con dolor. Tanto dolor sentía en aquel momento que yo le he visto llorar. Sus lágrimas ante los muros de la Ciudad han clavado la espada en mi corazón. Sus lágrimas son de dolor, el dolor de un hombre que se siente rechazado por Jerusalén, una ciudad que rechaza su mensaje. "Si al menos tú supieras quién es el que viene a ti". Tiene miedo, ¿qué puedo hacer por tí, dime algo? Miedo a que su mensaje sea mal interpretado, que cuando se vaya todo se desvanezca. En la ciudad hay muchos enemigos, muchos no han aceptado su palabra. Esa es la división anunciada por aquel hombre en el Templo, esa es la bandera de división que me dijo que mi hijo iba a levantar y por la aque muchos se iban a condenar. Mirando su rostro la espada de mi corazón me ha hecho daño pensando que su muerte va a ser violenta, ¿pero cómo van a acabar con él?
Pero sus lágrimas sólo han sido un espejismo de tristeza. Los niños, una vez más los niños, han devuelto la alegría a mi Hijo. Jesús siempre ha considerado a los niños como muy cercanos a él. Muchas veces los cogía en brazos en Galilea, en Nazaret, jugaba con ellos, se revolcaba en el suelo y reía con ellos. Yo le veía como un Niño grande, mi Niño. Ahora, ellos, han cogido palmas y ramas y gritaban con fuerzas, para que las piedras de Jerusalén se enteraran de que a ellas venía su Rey subido en un borrico. Pero, el mal siempre está presente. Alguien, un sacerdote ha amonestado a mi Hijo por esta demostración de poder. Mi hijo les ha cayado la boca, como tantas veces: "Si ellos cayasen gritarían hasta las piedras". Y ellos se han retirado. Cuando se alejaban, Jesús ha vuelto sus ojos hacía mi y con su mirada me ha dicho, como otras tantas veces: "Aun no ha llegado mi hora".
Luego ha bajado del borrico, ha entrado en el Templo y al caer la tarde hemos vuelto a Betania, en el rostro de los doce podía ver una gran decepción tanto entusiasmo se ha volatilizado. ¡Qué distinta ha sido la vuelta! El silencio lo podía todo. La muerte, estoy convencida, esta muy cercana, la siento muy próxima. ¿Será mañana?
VÍCTOR HERNÁNDEZ MAYORAL
21 de marzo de 2.010
Quinto Domingo de Cuaresma

sábado, 20 de marzo de 2010

LA ULTIMA SEMANA. MEMORIA DE LA MADRE. SÁBADO DE PASIÓN EN BETANIA



(Imagen realizada por el autor del Blog en la Capilla de los Marineros en la Calle Pureza en Triana, la mañana del Martes Santo del año 2.009, pertenece a su archivo personal)
Llegamos a Betania. Betania, la ciudad de Lázaro, de María, de Marta. La ciudad de los Amigos de Jesús. Betania, la ciudad que siempre nos acogía con los brazos abiertos. María vivía lejos de Betania, se había ido de la casa familiar siguiendo un sueño, desperto del sueño y volvió a casa roto por el dolor, desengañada. Alguien me dijo una vez, que María había sido una gran pecadora, pero al encontrarse con mi Hijo Jesús este le había abierto los ojos y el corazón, la había sanado. Volver a Betania y ver a María, me traía siempre a la memoria aquella historia que un día contó Jesús a sus Amigos. La historia de un hijo que había pedido la herencia a su padre, se había ido del hogar paterno y había malgastado la herencia. Vivió entre los cerdos, comiendo bellotas, igual que ellos. Pero en su interior sintio la necesidad de volver a la casa del padre. Una historia que nos oyo contar a José y a mi, en Nazaret, a la que él puso un bello final: la escena del perdón paterno. En esa escena veía a Lázaro con los brazos abiertos acogiendo a su hermana, cuando esta volvía a Betania, de la mano de mi hijo.
A pesar de todo, esperaba encotrar allí a Jesús. Pero él no estaba. Su ausencia, me tranquilizo, se había alejado de Jerusalén. Este año no acudiría a la Ciudad para la fiesta de la Pascua. Pensé. Me sorprendio encontrar la casa llena de gente, curiosos que venían a ver a Lázaro. Al llegar no entendí nada. ¿A qué venía aquella curiosidad? ¿Por qué querían ver a Lázaro? Lázaro era el mismo del año pasado, el mismo de siempre, un poco más viejo, su cabeza ya peinaba canas, pero la vida seguía latiendo en su corazón, como el año anterior, como siempre. Al verme se levanto del corro de curisos que escuchaban con atención algo que él contaba y me abrazó con fuerza. Llamó a María y a Marta que como él me abrazaron muy fuerte. Entonces no sabía nada. Al oír que era la madre de Jesús aquellos hombres me miraron con admiración, curiosidad. Aquellas miraran hicieron que algo en mi interior se turbara. Algo acontecía en aquella casa, pero yo era incapaz de saber el qué.
Marta se afanaba en prepar la casa, cocinaba, colocaba cosas, preparaba habitaciones, era la mejor afitriona. Intente ayudar. Pero no me dejo. ¿Cómo iba a consentir que una invitada echara una mano en las labores del hogar? Pero fui con ella a la cocina y allí entre los pucheros y las tianjas me lo conto todo. Jesús había estado en su casa. Lázaro había muerto y Jesús a pesar de los avisos mandados no había acudido a su casa hasta que el hermano murio. Cuando llego Lázaro, me dijo Marta, había muerto y llevaba tres días sepultado. Jesús lo había resucitado. Aquel gesto había enojado a los fariseos y a los Sumos Sacerdotes, consideraban la resurrección de Lázaro como una provocación, y habían comenzado a buscar la forma de acabar con mi hijo. Por eso el Sanedrín se había reunido ayer en Jerusalén, había que buscar una solución definitiva contra el Galileo. Y esa era la sentencia que yo oí al pasar por la Ciudad. Nicodemo, Lázaro, Marta y María enterados de todo habían rogado a Jesús que se alejara de Betania. Allí en su cocina comprendí todo. Comprendí que su hora estaba muy próxima. Comprendí que como en Caná Jesús había transformado el agua en vino, al inicio de su vida, ahora con la resurreccion de Lázaro concluía esa vida. Allí había convertido el agua en vino, aquí la muerte se convertía en vida. Y Jesús quería que yo estuviera cerca de él. Me necesitaba como en Belén o como en Caná.
Paso la mañana y Jesús seguía sin aparecer. Poco después del mediodía, le vi llegar, venía con los doce. Algo me extraño al ver acercarse a la casa de Lázaro a aquel grupo. Había un gran silencio. Aquellos hombres no hablaban, no cantaban, no hacían bromas entre ellos, como otras veces, por que mi hijo, a pesar de todo, era un gran bromista. Me parecio que mi hijo había envejecido mucho en aquellos meses, como si en lugar de pasar unos meses hubieran pasado muchos años desde la última vez que lo había visto. Demasiados años. Al verme me abrazo. Me besó. Pero no me dijo nada. ¿Por qué? Nunca podré entender sus silencios. Juan, el más joven de aquellos hombres, me abrazo con el mismo cariño que siempre. Al oído me dijo que teníamos que hablar. Venían cansados. Jesús se retiro a un lugar dentro de la hacienda de Lázaro desde donde se podía ver la Ciudad Santa, era su sintio preferido. Allí ha permanecido toda la tarde. Yo le miraba desde la casa de Lázaro. Sabía que algo afligía su corazón. Pero no me atrevía a hablar con él. Algo pasaba por su cabeza, estaba segura, luchaba contra su corazón, y era una lucha feroz. ¡Las madres siempre sabemos lo que pasa en el interior de nuestros hijos! Y aquella tarde mi hijo estaba sufriendo, ¡y mucho!. Sus ojos apesadumbrados no podían negar lo que ocurría en su corazón. ¡Y yo no podía hacer nada!
La noche ha hundido, aún más la espada en mi corazón de madre, me ha llenado de inquietud, de turbación, de amargura. Jesús ha hablado, claramente, del futuro, se va, su camino, ahora, tiene una única meta: la muerte. La muerte aparece, la veo, claramente en el horizonte de su vida. ¿Pero qué voy a hacer yo si solo se ser madre?. Lo ha dicho durante la cena. María trajo un perfume, de su etapa en Magdala, y rocio el cuerpo de mi Hijo. Algunos la riñeron, pero él les dijo: "No la riñáis, ella me acaba de uncir para la sepultura".
VÍCTOR HERNÁNDEZ MAYORAL
21 de marzo de 2.010

viernes, 19 de marzo de 2010

LA ÚLTIMA SEMANA. HABLA EL CORAZÓN DE LA MADRE.




(Imagen obtenida por el autor de este blog en la mañana del Jueves Santo en la Basílica de Nuestra Señora de la Esperanza Macarena)
Al llegar hoy a Jerusalén, he sentido algo en mi interior, algo que soy incapaz de entender y comprender. He vuelto a recordar una frase que he oído muchas veces a Jesús: "Aún no ha llegado mi hora". La frase ha martilleado, de nuevo, mi cabeza y mi corazón al contemplar la grandeza del Templo. ¿Y si esa hora ha llegado, y si esa hora fuera ahora?
En las calles de Jerusalén, por donde pasabamos, surgían los rumores, y todos hablaban de Él. Muchos nos miraban curiosos al grupo de los galileos esperando descubrir su rostro. Pero Jesús no venía con nosotros.
Las calles estaban atestadas de gente, era la fiesta de la Pascua, aquella multitud y aquellas calles, me recordaron aquella otra pascua, fue hace unos veinte años, cuando angustiadas buscaba a Jesús junto a José. Ahora también le buscaba. Pero Jesús no estaba en la ciudad. José tampoco ... Saber que mi Hijo no estaba en la ciudad y escuchando los rumores que escuchaba sobre él, aquella ausencia me tranquilizo. Tal vez, Nicodemos, conociendo los planes de los sumos sacerdotes había logrado convencer a mi hijo para que se alejara de la ciudad.
Alguien habló de Caifás y de los Sumos Sacerdotes. Alguien repetía las palabras que aquel acaba de pronunciar en el Templo de Jerusalén: "Es mejor que muera un hombre, que no todo el pueblo por un hombre". Ese hombre, del que Caifas hablaba era mi hijo. Esas palabras eran, sin duda, su sentencia de muerte. Mi hijo acababa de ser condenado a muerte. Aquellas palabras abrieron una herida en mi corazon, clavaron de nuevo la espada que este misma ciudad un anciano sacerdote profetizo. Lo único que me consolaba era que Jesús ahora no estaba en la ciudad. Pensaba, entonces, que tal vez Jesús estaba en el desierto de Judea, lejos de la ciudad y avisado por los amigos no bajaría a Jerusalén en esta Pascua. Pero una nube oscura paso por mi cabeza. Él me había pedido que viniera a la ciudad esta Pascua. ¿Por qué? El quería compartir esta Pascua conmigo. Tal vez sea la última.
VÍCTOR HERNÁNDEZ MAYORAL
19 de marzo de 2.010
Festividad de San José

martes, 16 de marzo de 2010

AGUAS DEL MUSEO



(Fotografía cedida por Miguel Angel Romano Garrido de la Comunidad Cofrade de Sevilla).

María, vengo cargado,
con el cántaro de mi agua,
a pesar de la algarabía
y el bullicio,
me falta el vino de la alegría.


Sin darme cuenta,
el vino de mi cántaro
derrámose una tarde,
perdióse una noche,
y ahora María, de nuevo,
repleto de Agua
te lo presento.


¡En cuántas vanadidades,
en cuántas prostestas
por mi penar,
malgaste el cántaro
de mi vino, mi alegría!


Todo era felicidad
con mi cántaro lleno,
pero caídas dolores, penares,
llenaron de agua
el cántaro de mi vida.

No te pido nuevo vino,
en cantaro viejo,
no te pñido nuego gozo,
en cantaro entristecido.

Tan sólo un milagro te pido,
que se transforme, Madre,
este agua humana
en Vino Divino.

VÍCTOR HERNÁNDEZ MAYORAL
17 de marzo de 2.010

lunes, 15 de marzo de 2010

AUSENCIA



Me aleje de casa,
la maleta de mi corazón
de mil cosas cargada,
y anduve mil caminos,
intentando olvidar,
que tu hogar permanecía
siempre, para mí, abierto.


Mi lejanía te dolía,
hería tu frente,
pensar n mi distancía,
a pesar que tu hogar
para mí, abierto, permanecía.


Erré en mi camino,
ensucíe mis manos
y mis pies cubrí
de la tierra de las sendas
por las que anduve,
alejándome de Tí.


Afligía tu alma
mi ausencia, mi silencio
de tal forma penabas
que hasta tu corazón
lloraba sangre.

En mi camino,
no había lugar
para tu Presencia
y tus manos y pies
se llagaron buscándome.

Caí en mi senda,
y el pesar mío,
me volvío al Hogar,
y te vi en tu atalaya,
cosido a duro lecho,
maltratado, envejecido,
esperando un abrazo,
y te pregunte: ¿por qué?
Y sin verme, me miraste,
con ojos ya sin vida,
e inclinado la cabeza
me contestaste.


VÍCTOR HERNÁNEZ MAYORAL
15 de marzo de 2.010

martes, 9 de marzo de 2010

CAMINO DEL SEPULCRO


Camino del Sepulcro,
ya sin fuerza divina,
el cuerpo inerte,
todo parece Concluído.
Camino del Sepulcro
guarda silencio la Palabra,
habla la sangre y la herida,
todo parece Concluído.
Camino del Sepulcro,
trigo molido,
buscando nuevos surcos,
todo parece concluído.
Camino del Sepulcro,
atardecer dolorido,
aurora de llanto,
todo parece concluído.
Camino del Sepulcro,
el desánimo, la fatiga
visita muchos corazones,
todo parece concluído.
Camino del Sepulcro
de la Sangre, ya seca,
brota la Primavera.
Camino del Sepulcro,
renace la esperanza,
renace la Vida,
en una rosa herida,
Camino del Sepulcro.
VÍCTOR HERNÁNDEZ MAYORAL
9 de marzo de 2.010

domingo, 7 de marzo de 2010

SILENCIO NAZARENO


¡Cuántas noches, como esta,
he venido a quejarme
de la Cruz que me cargas,
airadamente contra ti,
y mirándote cargar la tuya,
he vuelto mis ojos
desde tus hombros a mis hombros
y he sentido la levedad
de mi enfermedad, de mi mal!
¡Cuánta noches de insomnio
mirando el vacio del silencio
de aquellos que eran amigos,
te he mirado en tu soledad
abandonado, calumniado,
maltratado, objeto de toda burla,
y entonces he sentido,
la levedad y el peso de mi silencio!
¡Cuántas noches Señor,
mirando el peso de mi Cruz
me revele y alce la mirada a ti
y viendo el peso de la tuya,
sólo podía, como ahora decirte:
"Aquí me tienes Señor,
para hacer tu voluntad"
VÍCTOR HERNÁNDEZ MAYORAL
7 de marzo de 2.010
Cuarto domingo de Cuaresma

lunes, 1 de marzo de 2010

DOMINGO DE RAMOS: LA COFRADÍA DE LA PAZ EN EL PARQUE DE MARÍA LUISA

Aún, sin concluir la mañana del Domingo de Ramos, en el reloj Cofrade, comienza a hacerse realidad el Sueño Cofrade. Los pies doloridos por los zapatos recién estrenados. En el bolsillo de la americana o en el bolso, el Llamador, el Nazareno o cualquier otro programa de mano con una estampa de alguna de las imágenes visitadas en la mañana, hace esta tarde las veces de marcapáginas. Sobre el pecho, las medallas de este día, lazos de tela, anagramas, escudos que son recuerdos de las Cofradías visitadas en sus templos a lo largo de la mañana.
A primera hora de la tarde del primer día del tiempo soñado por la ciudad, el Parque de María Luisa se convierte en escenario de la Primera Estación de la Pasión de Sevilla.
Del Porvenir, en esta tarde de Palmas y Ramos, llega una corriente blanca, inmaculada. El suelo del Parque se puebla del mismo color que orna los naranjos de sus jardines, el azahar. Es el extreno primaveral más hermoso. El ároma del azahar se mezcla con el del incienso, sin duda azahar e incienso son la mejor definición arómatica de la ciudad durante la Semana Santa.
La Cruz de guía de la Hermandad de la Paz rompe la primavera, precedida por la sección montada de Clarines de la misma Hermandad, militares de uniforme, devotos hermanos de sus titulares, que anuncian al Parque y a la Ciudad que la primera Cruz de Guía llama a sus puertas, mientras puebla el aire de esta primaveral tarde, notas quie entrelazadas forman marchas, marchas que buscan la Campana, Sierpes, la Plaza, la Avenida, la Catedral, aunque saben que ellos nunca podrán entrar en el primer templo hispalense para realizar su estación de penitencia y dejaran huerfana a la Cruz de Guía en la Plaza Nueva, poco antes de entrar en la Campana.
Un niño que contempla el discurrir de la Hermandad, se suelta de la mano de su madre, se aproxima a un nazareno, pequeño, como él; le tira de la manga de su túnica y pregunta: "Nazareno, nazareno, ¿tienes estampitas?" Y el penitente ocultando su rostro en la tela del antifaz que cubre su cara, sonríe, mañana será él, el niño que pida estampitas a otros nazarenos de alguna cofradia del Lunes Santo. Y por se niño, como él lo es, saca de su túnica una, y el niño sin dar las gracias, vuelve donde están sus padres y victorioso le muestra la primera estampa de esta Nueva Semana Santa.
En este Parque sevillano, Jardín de Pilatos, dos sayones cargan al Señor de la Victoria con la Cruz, mientras Caifas contempla y aprueba la escena y el Señor alza al cielo sus ojos buscando en ese cielo sevillano el rostro del Padre: "Aquí estoy para hacer tu voluntad".
Y en el bullicio del Jardín una banda interpreta una marcha al Señor de la Victoria que marca el paso de los costaleros que dirige un capataz.
Nuevos tramos de nazarenos y más niños buscando estampitas.
Cuatro ciriales anuncian la llegada de la primera Dolorosa Sevillana, del primer Palio de esta nueva Semana Santa: Nuestra Señora de la Paz, blanca ella, blanco el palio como el resto de la hermandad.
Los costaleros mecen a la Señora al ritmo de una marcha a ella dedicada, lentamente María pisa la alfombra de cera bordada con los cirios de los penitentes, de su hermanos nazarenos. ¿Hay acaso alfombra más hermosa que esta que cada Domingo de Ramos tus hermanos tegen, desde el Barrio del Provenir, para ti Virgen y Madre de la Paz?
VÍCTOR HERNÁNDEZ MAYORAL
1 de marzo de 2.010