miércoles, 23 de febrero de 2011

El último Besapies



Pensó en ir al Postigo, como todos los años, pero en el Postigo estaba demasiado viva su presencia. Era la primera Madrugá que estaba sólo en las calles de su ciudad. A lo largo del año había acudido, en pcoas ocasiones, a la Plaza de San Lorenzo, pero nunca se había atrevido a entrar en la Basílica. El rostro del Señor estaba demasiado vivo en su corazón. En sus hombros, esta noche, en esta primera Madrugá, podía sentir su temblorosa mano, y se volvía la cabeza podía ver, en medio de la bulla de la calle sevillana, aquellos pequellos y arrugados ojos, como todos los años emocionados. ¡Pero sólo era un ilusión, su ilusión!

Durante las jornadas precedentes de esa Semana Santa había recorrido templos y capillas, visitando imágenes en sus pasos y por las tardes había acudido a salidas, revirás, momentos cofrades. Pero esa noche, la noche de la Madrugá no tenía fuerzas para abandonar la comodidad de su hogar. Sabía que cualquier esquina, en medio de cualquier bulla, alzaría los ojos y se encontraría con la mirada de Dios y junto a esos ojos, el rostro, ¡ahora tan añorado!

La Madrugá del año pasado, tampoco acudió al Postigo. Fue su última Madrugá y aunque no pertenecía oficialmente a la Hermandad, todas las noches del Viernes Santo acudía a su cita. ¡No le importaba no ver al Silencio, por que él tenía cita con otro Nazareno, con Dios! Y aquella Madrugá, la última de su vida, ya sin vida en los ojos, pudo acudir, por última vez a su cita, no en el Postigo, pero si en el balcón de una familia amiga. Pasaba la Cofradía, Cruz de Guía, insignias de Cofradía, cirios encendidos, todo en el más absoluto silencio. Sentado en una butaca en el salón de aquella familia, siguió el curso de la Cofradía. La calle se pobló de penitentes negros. Los ciriales anunciaron la llegada del Señor, recobró las pocas fuerzas que le quedaban. Apoyado en su hombro, salió al balcón en el momento que el Señor cargando con su Cruz, avanzaba, señorial, hacía el Calvario. Miraba aquel rostro coronado por una sierpe de espinas, acatando siempre la voluntad del Padre.

El silencio de la noche ser rompió por el ronco sonido del llamador y el Señor arribo frente al balcón donde le esperaba su cofrade, su cofrade sin carnet, sin papeleta de sitio. El hombre miraba el sufriente rostro, y en el silencio de la noche susurro. "Aquí estoy Señor".

Sonaron tres golpes de llamador y en silencio el Nazareno fue alzado, reanudó su camino, en la madrugá sevillana. Se perdió en la noche buscando la Giralda y antes del abandonar la Calle donde le esperaba su Cofrade, el anciano susurró: "Hasta pronto, hasta muy pronto".

Aquella tarde fue ingresado por urgencias. Los médicos afirmaron que ya no se podía hacer nada por él, que sólo había que esperar la hora en la que llegará el fatal deslance. El Gran Poder lo esperaba.

La enfermedad corría veloz, el jueves después de aquella Madrugada, lo llamó, ya casi no podía hablar, pidio por gestos la cartera, se la dieron, con las pocas fuerzas que le quedaban sacó una vieja estampa, de color sepía, arrugada, maltratada del Nazareno de San Loernzo. "Ve a la Basílica y pásala por el talón del Señor". Le dijo, después de besarla. Todos sabían que eran sus últimas palabras, y aquel era su último besapies.

Acudio con la estampa a la Basílica. El Señor seguía en su paso. El hombre solo pudo pasar la estampa por la madera del paso. Eran las once de la mañana. No se atrevio a mirar el rostro del Nazareno. ¡Ya no podía hacer nada! Esa fue la última vez que entró en la Basílica. Salió precipitadamente, el teléfono sonaba. Lo descolgó en la plaza junto a la Parroquia. La voz de su madre anuncio la noticia: "Ha muerto". Se rompio en la Plaza, lloró mirando a la puerta de la Basílica y se prometió no volver a orar a ese Nazareno en la vida. ¿Sino había podido salvar la vida de su abuelo que poder podía tener? En su pecho desacansaba la estampa del abuelo.

Esta madrugá ella le hizo salir de casa. Ahora deambulaba por las calles de Sevilla, intentando huir del centro de la ciudad por donde caminaba aquel Nazareno de San Lorenzo, pero sus pasos inconscientemente le llevaron a una calle, donde una bulla esperaba la llegada de la Cruz de Guía del Gran Poder. Se detuvo, no podía avanzar,¡No se podía hacer nada contra el Poder de Dios! ¡Y Dios lo esperaba esa noche de primavera en aquella calle de Sevilla!

Paso la Cruz de guía, primeros flases, primeras lágrimas en el rostro de aquel hombre que sentía una opresión en su pecho que aumentaba ante el paso de Nazarenos portando cirios e insignias. Al ver los ciriales, intentó huír, no podía, había demasiada gente en aquella calle. Intento cerrar los ojos, sintiendo el amargo ároma del incienso, pero la emoción era demasiada en aquella hora y desboradaba su mirada. Llego el Señor portetosamente caminando, en silencio. De nuevo la voz del llamador paró el paso, él alzo los ojos y vio aquel rostro y un grito se escapo de su corazón: ¿Por qué?

martes, 1 de febrero de 2011

MEDITACIÓN ANTE EL CRISTO DE LA BUENA MUERTE DE LA HINIESTA



¿Quién es ese hombre,
que yerto, sin fuerzas,
viene cada mañana
a mi hogar, temprano,
y sin palabras me llama,
grita mi nombre,
invitándome a buscarle?

¿Quién es ese hombre,
cubierto de sangre,
que me ofrece sus manos,
ya secas de vida,
para emprender mi camino,
cada mañana,
mientras me invita
a buscar su rostro?

¿Quién es ese hombre,
que, cuando el sol parte el día,
en la boveda del cielo,
llama a mi puerta,
para ofrecerme su cansancio,
como pañuelo que limpie
el sudor de la jornada?

¿Quen es ese hombre,
que, todas las tardes,
viene a traer
hasta mi mesa,
un nuevo Pan,
y un nuevo Vino,
que tiene sabor a Muerte,
y una vez bebido es Vida?

¿Quien es ese hombre,
que el horizonte herido
por la espada de la noche
ofrece para mi descanso
un madero como lecho,
una presea de espinas
como almohada,
y si duermo este sueño,
me lleva en sus brazos
y me despierte en otro Reino?