martes, 23 de marzo de 2010

LA ÚLTIMA SEMANA. HABLA EL CORAZÓN DE LA MADRE. NOCHE DE MARTES SANTO EN BETANIA



Hoy, por fin, he podido estar cerca de mi Hijo. Has sido después de la cena. En Betania, hacía calor. Y he salido a tomar un poco el fresco en el Jardín de Lázaro. La luna presidía el cielo. La luna llena, la primera de la primavera cuidaba desde el cielo la tierra en tinieblas. Jesús se ha acercado a mí, sigilosamente. ¡Siempre le ha gustado apróximarse a mí así!. En Nazareth, en las noches de verano, así lo hacía, al regreso de la Carpinteria. Yo le esperaba sentada en la calle. Y él se sentaba a mi lado.
Esta noche tmabién se ha sentado a mí lado. Me ha mirado. Le mirado. Y los dos en silencio durante un largo rato hemos mantenido la mirada. Nuestros ojos hablaban. Pero sus ojos reflejan la vejez que se ha apoderado de su alma. Sus ojos transmiten tristeza, una gran amargura. Transmiten dolor, un gran pesar.
"¿Qué tal el día, madre?" Me ha preguntado como si no pasará nada, como si hubieramos vuelto a una noche de verano y él volviera del serrín, de la biruta, de la madera. Y yo hubiera acabado de fregar los últimos cacharros y él viniera cargado con el cántaro del agua de la fuente de Nazaret. ¿Qué tal el día madre?
He intentado hablarle de lo que apena su corazón, pero Él no ha querido. Guardaba silencio. Entonces he comprendido que su corazón vive sumido en el dolor, oprimido por la angustia y la pena. Lo conozco mejor que nadie y sé que Jesús esta pasando muy mal estas horas. ¿Pero por qué no me deja compartir su dolor? ¿Por qué intenta mantenerme alejada de el en esta hora?
Y de nuevo el silencio. Un silencio cortante, hiriente. Un silencio que en la oscuridad de la noche parece más doloroso, más profundo. Los dos hemos vivido alejados fisícamente uno del otro durante estos tres últimos años. Pero los dos, a pesar de lo que muchos pudieran pensar, hemos vivido muy juntos. Él ha vendio al mundo a cumplir una misión encargada por su Padre, y yo sólo he sido la puerta por la que Él ha entrado en el mundo. Lo entendí desde el principio, Dios necesitaba un vientre para hacerse hombre, para compartir la vida de los hombres, y ese vientre era el mío. Por eso aquel mediodía de Nazaret me presente como la esclava del Señor. Si Dios me ha dado la vida y me pedía que le ofreciera mi vida ¿qué más podía hacer que ser su sierva, ser su esclava? Los esclavos nuncan preguntan a sus señores, ellos se limitan a cumplir sus órdenes, aunque no las comprendan. Entonces ¿Cómo puede una esclava preguntar a su Señor por qué?
Pero soy mujer, y soy Madre. Soy Madre y me preocupa mi hijo. Esta noche en Betania no estaba Dios y el hombe, estabamos una madre y su hijo, estabamos María y Jesús. Y por eso me he osado preguntale: ¿Ha llegado la Hora? Y Él, sin decir nada, sin pronunciar una sóla palabra, con un leve movimiento de cabeza ha asentido. Luego se ha alejado de mí. Mientras se alejaba entendí que aquel rato sólo iba a ser el último que compartieramos en soledad. Mi hijo se alejaba, se adentraba en la noche. Entonces he alzado los ojos al cielo y le he pedido al Padre, no por mí, si no por Él, Él, ahora, necesita mi oración, que yo hable al Padre por Él. Y le he pedido que no le abandone, sé que mi misión ha concluído, que esta en sus manos. Y por eso le he pedido que le mantega en pie, que este junto a Él en esta hora anunciada por los Profetas.
Cuando las sombras me han impedido ver su silueta, he comprendido que dentro de muy poco, le veré y no le reconoceré. Su rostro estará atravesado por el dolor, se podrán contar sus huesos, y eso me duele, pero sé, también, que esa es su Hora y para eso ha venido al mundo. Padre no le abandones, Tú que todo lo ves, Tú que todo lo puede permanece junto a mi Hijo, confórtale, dale ánimo, cogele en tus brazos como yo le mecí en la noche de Belén.

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