domingo, 21 de marzo de 2010

LA ÚLTIMA SEMANA. HABLA EL CORAZÓN DE LA MADRE. DOMINGO DE RAMOS




(Imagen de Nuestra Señora del Socorro, realizada por el autor de este blog en la mañana del Miercoles Santo en la Iglesia del Salvador de Sevilla).
Hoy la muerte parece lejana, parece haber perdido su batalla. Hoy aún conservo la esperanza de que la Hora de mi hijo no este tan cercana. Ha sido un día largo, muy largo. Un día que ha comenzado muy pronto. Temía la hora en la que mi Hijo decidiera acercarse a Jerusalén. Y esta mañana, muy temprano, ha anunciado a todos que hoy quería ir a la ciudad. El rostro de todos la misma inquietud. Él era el único que mantenía la calma. No me ha mirado en las horas previas al viaje a Jerusalén. ¿Temía algún reproche? Lo dudo, nunca le he reprochado nada. Aunque es mi hijo sé quien es y cúal es su misión. ¿Cómo puedo retenerte a mi lado si has venido al mundo para ocuparse de las cosas de su Padre, como me dijo un lejano día en Jerusalén?
Jesús mandó a Juan y a Pedro adelantarse con algún encargo. Me extraño que no fuera Judas, era el hombre que llevaba el dinero de mi Hijo. Al poco volvieron con un asno, Jesús se montó en él. Y su imagen me recordo ese otro viaje al principio de todo, cuando bajamos José y yo desde Nazaret a Belén. ¿Por qué vienen a mi cabeza ahora todos aquellos recuerdos? Viéndole en el burro me he acordado de José, ¿por qué no está conmigo? Muchos mañanas, como esta, él y Jesús recorrían las pueblos cercanos a Nazaret sobre un borriquillo. Cuando estaba en el borriquillo me ha mirado y ha sonreído. Yo, también, he sonreido. Viendome sonreir y sonriendo él parecía decirme: "Madre en esta hora te quiero ver así, a mi lado, dándome ánimo".
Muchos vecinos de Nazaret y muchos galileos al ver a mi Hijo sobre aquel borriquillo empezaron a hechar al camino sus mantos, alfombraban el camino, cantaban himnos de victoria, ¡creían que había llegado la hora de derrotar a los romanos y expulsarlos de Israel!. Batían palmas y ramos que cortaban por el camino. Jesús, en todo momento, se ha mostrado feliz, muy feliz, los discípulos soñaban con lo mismo, pensaban que hoy se iba a instaurar en Israel el Reino anunciado. Pero la sonrisa de Jesús estaba lleno de melancolía y ninguno de ellos se daba cuenta de su rostro. Mi hijo es como un niño, le encanta la fiesta. Viéndole sobre ese borriquillo me recordaba aquellas otras fiestas en las que él participaba, siempre era el primero en bailar, en cantar. Muchas veces cuando le preguntaba el motivo de una felicidad tan profunda él me decía: ¿Madre cómo puede estar uno triste cuando sabe que el rostro de Dios es el Amor?
Pero la muerte esta vigilante, acecha desde los muros de Jerusalén. En una vuelta del camino comenzose a ver la ciudad. Jesús mando parar al borriquillo. Miraba la ciudad con pena, con dolor. Tanto dolor sentía en aquel momento que yo le he visto llorar. Sus lágrimas ante los muros de la Ciudad han clavado la espada en mi corazón. Sus lágrimas son de dolor, el dolor de un hombre que se siente rechazado por Jerusalén, una ciudad que rechaza su mensaje. "Si al menos tú supieras quién es el que viene a ti". Tiene miedo, ¿qué puedo hacer por tí, dime algo? Miedo a que su mensaje sea mal interpretado, que cuando se vaya todo se desvanezca. En la ciudad hay muchos enemigos, muchos no han aceptado su palabra. Esa es la división anunciada por aquel hombre en el Templo, esa es la bandera de división que me dijo que mi hijo iba a levantar y por la aque muchos se iban a condenar. Mirando su rostro la espada de mi corazón me ha hecho daño pensando que su muerte va a ser violenta, ¿pero cómo van a acabar con él?
Pero sus lágrimas sólo han sido un espejismo de tristeza. Los niños, una vez más los niños, han devuelto la alegría a mi Hijo. Jesús siempre ha considerado a los niños como muy cercanos a él. Muchas veces los cogía en brazos en Galilea, en Nazaret, jugaba con ellos, se revolcaba en el suelo y reía con ellos. Yo le veía como un Niño grande, mi Niño. Ahora, ellos, han cogido palmas y ramas y gritaban con fuerzas, para que las piedras de Jerusalén se enteraran de que a ellas venía su Rey subido en un borrico. Pero, el mal siempre está presente. Alguien, un sacerdote ha amonestado a mi Hijo por esta demostración de poder. Mi hijo les ha cayado la boca, como tantas veces: "Si ellos cayasen gritarían hasta las piedras". Y ellos se han retirado. Cuando se alejaban, Jesús ha vuelto sus ojos hacía mi y con su mirada me ha dicho, como otras tantas veces: "Aun no ha llegado mi hora".
Luego ha bajado del borrico, ha entrado en el Templo y al caer la tarde hemos vuelto a Betania, en el rostro de los doce podía ver una gran decepción tanto entusiasmo se ha volatilizado. ¡Qué distinta ha sido la vuelta! El silencio lo podía todo. La muerte, estoy convencida, esta muy cercana, la siento muy próxima. ¿Será mañana?
VÍCTOR HERNÁNDEZ MAYORAL
21 de marzo de 2.010
Quinto Domingo de Cuaresma

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